La tienda de mascotas. Escritores argentinos. Cuentos infantiles con audio. Página de cuentos.
Tema del cuento: La importancia de pertenecer a una familia, incluso para las mascotas.
“EL AMIGO FIEL” era la tienda de mascotas más famosa de la ciudad, no sólo porque era la más grande sino porque albergaba la mayor cantidad y variedad de animalitos.
En ella convivían -por supuesto- perros y gatos, pero también loros, peces, conejitos, hamsters y hasta una lagartija salvaje con muchas ganas de domesticarse.
Si bien Cacho, así se llamaba el dueño de la tienda, cuidaba con mucho esmero y amor a cada animalito, todos sin excepción deseaban con todo su corazón tener un hogar de verdad, pertenecer a una familia.
Cada día al abrir las puertas de la tienda, los animalitos renovaban sus esperanzas de ser comprados por alguien. Incluso los más picarones hacían morisquetas en la vidriera para llamar la atención de la gente que pasaba. Los gatitos se lavaban una y otra vez el pelaje, tanto que a veces les brillaba; la lagartija se paraba bien derechita para causar buena impresión y que vieran que ya estaba lista para pertenecer a un hogar.
No todos los animalitos tenían suerte. Los que más se vendían eran los perros y los gatos; pero curiosamente, también eran los que con más frecuencia eran devueltos a la tienda cuando ya habían crecido bastante. Como Cacho era muy bueno y los quería a todos, a todos los recibía una y otra vez, incluso a perritos vagabundos, flacuchos y hambrientos que caminaban solitos por la ciudad.
Los demás animalitos se sentían tristes por no ser los más vendidos; ellos también querían un hogar. Para un animalito doméstico, cualquiera sea, no hay mejor lugar que un hogar, una casa, una familia que lo cuide y lo ame. No importa si la tienda es linda y su dueño bueno, el animal quiere pertenecer a alguien, tener su familia, como si fuese uno más de nosotros.
—Algo tenemos que hacer —le dijo un conejito a la lagartija salvaje que quería dejar de serlo.
—Y sí, tenés razón, pero ¿qué? —contestó la lagartija—. Yo todavía no termino mi adiestramiento para domesticarme, soy… como decirlo… como un diamante un bruto, ¿viste?
—¡Qué diamante ni diamante! Hablo en serio. Hay que ponerse de acuerdo con los demás e idear un plan para tener un hogar.
A la noche, cuando Cacho se había ido y la tienda estaba cerrada, todos los animalitos se reunieron para pensar qué harían. Algunos, los más temerosos, no estaban muy convencidos de abandonar la tienda.
—¿Y si después no nos quieren? ¿Y si nos devuelven? Acuérdense de lo que le pasó a Bobby, que ya lo trajeron de vuelta tres veces y sólo por su costumbre de comerse las cortinas. Al fin y al cabo, los humanos no saben valorar lo que es tener un paladar exquisito.
—¡Caramba! —dijeron los hamsters.
—A nosotros ya nos trajeron de vuelta dos veces porque era mucho lío mantener la pecera limpia. ¡Habráse visto!, como si ellos no quisieran tener limpias sus casas —agregaron los pececitos.
—Bueno, bueno —interrumpió Sultán, el perro más viejo de la tienda—. Los que no se quieren ir que no se vayan. Acá se trata de ayudar a quienes quieren vivir en familia.
—Yo reconozco, muchachos —dijo la lagartija salvaje—, que todavía doy un poquito de impresión, pero estoy aprendiendo buenos modales. Además, oí en la tele que empiezo a estar de moda. Por ahí me puede adoptar algún artista famoso, quién sabe.
Después de mucha conversación, este fue el plan con el cual estuvieron todos de acuerdo. Aquellos que no quisieran irse se quedarían en la tienda. Sin duda era mejor vivir en un negocio pero sintiéndose queridos, que en una casa en la cual no fueran bien recibidos. El primer gato que se vendiese escondería en la canastita con la cual Cacho los entregaba a la lagartija, quien prometió comportarse con una señorita. El perrito que también se vendiera haría lo mismo con el hamster. Todos deseaban que ambos fueran del mismo color, así pasaría inadvertido. Los loros esconderían bajo su plumaje a los pequeños canarios, quienes no cantarían para no ser descubiertos.
Así fue que a medida que los perros, loros y gatos se vendían, iban desapareciendo otros animalitos de la tienda.
Preocupado, Cacho buscaba sin cesar los animalitos que le faltaban. Se preguntaba qué habría pasado, si habrían escapado o habrían sido robados. Los que se quedaban ponían cara de “yo no sé qué pasa”. Intentaban disimular silbando, por ejemplo, cosa muy difícil sobre todo para los pececitos que vivían en el agua.
Sultán, viendo la cara de su dueño, pensó que pronto se verían en problemas y que se descubriría en algún momento lo que habían hecho a escondidas. Por otro lado, en cada hogar donde habían comprado las mascotas iban descubriendo que además de la que habían decidido comprar venía otra “de regalo”.
—¿Será un error —decían— o será una promoción de estas que pagás uno y llevás dos?
La más sorprendida fue la familia que además del gatito que había llevado se encontró con una lagartija que ensayaba una sonrisa y un saludo de cortesía que no entendían demasiado. La mamá de la familia se asustó mucho y quiso devolverla enseguida, pero los niños, quienes siempre entienden más a los animales, veían los ojitos suplicantes de la lagartijita en pleno proceso de adiestramiento y pensaron que nada de malo tendría tener una en la casa. Le pidieron a la mamá que la dejara. La lagartija quería decirles que se portaría bien, que si era necesario ayudaría en los quehaceres domésticos, pero bueno, hablar con los humanos no podía. Mientras tanto, seguía ensayando sonrisas y posturas de señorita educada.
Los que recibieron el perrito soltaron gritos de susto cuando vieron en la canastita lo que ellos al principio pensaron un ratón vulgar. El padre quiso llamar al fumigador de plagas, pero los chicos, una vez más, intercedieron y les mostraron a sus papás que sólo era un hamster simpático e inofensivo, que nada malo habría de tener.
Hasta ahora el plan salía a la perfección. Los que encontraron los canarios junto con el loro, pensaron que era una “yapita” de Don Cacho y los pusieron a todos en una jaulita grande, hermosa y con mucha comida. Además, para no ser devueltos, el loro y los canarios ensayaron canciones, donde los canarios hacían la melodía y el loro le ponía la letra. La familia estaba maravillada de tener un coro propio.
Lo que ocurrió luego fue lo realmente lo más maravilloso. Las personas que habían comprado estas mascotas y sin saberlo habían recibido otras se acercaron a la tienda a agradecer a Don Cacho su gentileza.
Cacho no entendía nada. Pensaba cómo se habían podido “colar” estos animalitos en cada canasta. No quería desilusionar a la gente y agradecía sus cumplidos, pero realmente estaba intrigado. No le molestaba no haber recibido dinero por la lagartija, los canarios y el hamster. Por el contrario, lo ponía feliz saber que sus familias adoptivas estaban contentas con ellos. De todos modos, no entendía nada.
Lo realmente sorprendente fue que en el barrio todas las personas empezaron a ver que si de mascotas se trataba, no sólo se podían tener perros y gatos, sino muchos otros, hasta lagartijas con ganas de ser bien educaditas.
La tienda empezó a tener aún más clientela. La gente pedía todo tipo de animales. Por un lado, Cacho estaba triste, pues se despedía de sus amigos, pero al mismo tiempo estaba feliz porque sabía que iban a estar rodeados del amor de una familia.
Además, se le ocurrió una idea genial, como iba teniendo más lugar en la tienda empezó a recoger, gatos, perros, pajaritos heridos para darles cuidado, cariño y los ofrecía en adopción para que también ellos tuvieran la oportunidad de ser felices junto a una familia.
Tanto cambió todo, que hasta los pececitos perdieron el miedo y deseaban también ellos tener otro hogar. Para llamar la atención, ensayaron saltos ornamentales en la pecera para dar un espectáculo lindo a quienes se los llevaran y además intentaron aprender a limpiar el agüita para no dar tanto trabajo a sus futuros dueños.
Así fue que gracias a un plan ideado por animalitos que sólo pedían un hogar, amor y cuidados, la gente aprendió que se puede convivir con muchos tipos de animales y que sólo se trata de darles amor y cuidado, lo mismo que necesita cada uno de nosotros, ni más ni menos.
Para terminar, quiero contarles que la lagartija completó su educación, aprendió a sonreír y hasta se puso un moñito en el cuello que le quedaba pintado.
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario