Con la intensificación agrícola, las comunidades de depredadores naturales especializados en cazar pequeños mamíferos se han reducido. Por ello es menor su eficacia como control natural a gran escala de las plagas de topillo, que recientemente afectaron a Castilla y León. La necesidad de incentivar prácticas agrícolas compatibles con la conservación de la biodiversidad es evidente.
por Carlos Rodríguez y Salvador Peris
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Las llamativas explosiones demográficas de roedores (ratones y topillos), como la acaecida en la meseta norte española durante 2007, son fenómenos relativamente frecuentes en la naturaleza, que se repiten con diferente intensidad y periodicidad en distintas partes del mundo. Así, en localidades septentrionales del hemisferio norte, tanto europeas como americanas, se observan cada 3-5 años (1, 2). También se dan en el hemisferio sur, como por ejemplo en Argentina y Chile por encima de 38º de latitud sur, donde vienen acompañadas de enfermedades trasmisibles al hombre, como los brotes de hantavirus en La Patagonia. En nuestras latitudes, las plagas de roedores dan lugar a algunos casos de infección de tularemia –de origen bacteriano– a humanos.
Son muchos los años en los que se han documentado en España explosiones demográficas de topillo campesino (Microtus arvalis), fenómeno que se sucede con cierta periodicidad desde que, en la década de los ochenta, se detectó por primera vez la entrada de la especie en la meseta norte (3, 4, 5, 6).
Aunque el boca a boca ha contribuido a generalizar explicaciones de lo más fabulosas (7), lo cierto es que todas ellas no pasan de ser meros ejemplos de la capacidad inventiva de nuestros paisanos, y lo que es peor, de la grave ruptura del nexo informativo entre la sociedad y sus intermediarios, las administraciones públicas, por un lado, y los entes generadores de conocimiento (universidades y centros de investigación), por otro.
Para explicar los aumentos en las poblaciones de topillos, existen numerosos trabajos científicos publicados en los mejores foros internacionales desde los años setenta (8). Esto da idea de lo interesante que resulta el fenómeno, así como de su complejidad. Se alude con frecuencia a las condiciones climáticas y la densidad de depredadores como posibles catalizadores de esas explosiones demográficas. Los rigores invernales afectarían a la supervivencia de los topillos, que sería mayor cuanto más benigna viniese la temporada. Por otro lado, zorros, garduñas, comadrejas y gatos monteses son ávidos devoradores de micro-mamíferos. Igualmente, rapaces nocturnas como lechuzas, mochuelos, búhos chicos y cárabos los incluyen en su dieta en ingentes cantidades (3). Incluso hay depredadores que casi solo comen topillos, como ratoneros, cernícalos vulgares, aguiluchos, elanios y grandes culebras.
Son muchos los años en los que se han documentado en España explosiones demográficas de topillo campesino (Microtus arvalis), fenómeno que se sucede con cierta periodicidad desde que, en la década de los ochenta, se detectó por primera vez la entrada de la especie en la meseta norte (3, 4, 5, 6).
Aunque el boca a boca ha contribuido a generalizar explicaciones de lo más fabulosas (7), lo cierto es que todas ellas no pasan de ser meros ejemplos de la capacidad inventiva de nuestros paisanos, y lo que es peor, de la grave ruptura del nexo informativo entre la sociedad y sus intermediarios, las administraciones públicas, por un lado, y los entes generadores de conocimiento (universidades y centros de investigación), por otro.
Para explicar los aumentos en las poblaciones de topillos, existen numerosos trabajos científicos publicados en los mejores foros internacionales desde los años setenta (8). Esto da idea de lo interesante que resulta el fenómeno, así como de su complejidad. Se alude con frecuencia a las condiciones climáticas y la densidad de depredadores como posibles catalizadores de esas explosiones demográficas. Los rigores invernales afectarían a la supervivencia de los topillos, que sería mayor cuanto más benigna viniese la temporada. Por otro lado, zorros, garduñas, comadrejas y gatos monteses son ávidos devoradores de micro-mamíferos. Igualmente, rapaces nocturnas como lechuzas, mochuelos, búhos chicos y cárabos los incluyen en su dieta en ingentes cantidades (3). Incluso hay depredadores que casi solo comen topillos, como ratoneros, cernícalos vulgares, aguiluchos, elanios y grandes culebras.
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